¡Hola, Luna, ¿dónde estás?¿dónde te metes?
He tratado de buscarte muchas veces
para colocar, do quiera que te encuentre,
en tus manos esta tacita de peltre.
Llénala hasta el borde con dorados peces,
con algas, con sal, con las mareas que creces;
con tu redondez, con la luz de tu vientre
hazme un sortilegio de plata y de güeltre.
Agrégale al final la sangre de Cristo,
y cuando el pocillo esté colmado y listo
de santidad eterna y plenilunada
lo beberé poco a poco, sin exceso,
para vacunar a mi amada beso a beso
hasta quedar con amor inmunizada.