I
Todos tenemos una madre que anidamos en el corazón
Una figura que lavaba ropa y traía sopa al alma
Mientras el tiempo pulía sobre los campos un signo de misterio.
Un puñal hecho de ratos, un hacha invisible.
II
Todos hemos sido heridos por el amor de alguna forma
Heridas de muerte y de vida, lágrimas ácidas y dulces
El amor penetraba por los ojos y cantaba una tonada de misterio
Su nombre conjugaba con el dolor, un dolor lleno de flores.
III
Todos alguna vez lloramos un amor de una muchacha desconocida
Que nos miraba de soslayo mientras íbamos al colegio
Y ahora la imaginamos cubierta por el misterioso polvo de los años
Que teje y teje, cuenta y cuenta minutos de pavorosos segundos.
IV
A todos nos golpean los latidos del tiempo, somos inocentes
Con una inocencia de niños que no queremos merecerla
Todos deberíamos reconocernos en todos los ojos, en los misterios
Que nos abarcan y a los que no queremos enfrentarnos.
V
Todos llevamos la muerte sobre la piel desnuda y adentro
Y a pesar de esto la detestamos como a la amante que nos olvida
Y ella, a nuestro pesar, vuelve a nosotros en su misteriosa necedad
Y nos embriaga con ese grandioso espejismo que llamamos vida.
VI
Todos hemos sentido, alguna vez, el reino del silencio
Y nos ha sorprendido la injusta ruina de este mundo
Estamos abandonados, arrojados en este mundo de misterio
Desnudos y sin ninguna esperanza, sino por el amor que nos salva.
VII
Todos seremos olvidados en un armario del tiempo
Ninguno de nosotros merece el triste licor de la eternidad
Que ha embriagado a los ilusos inventores de mitos y misterios
Cuando nos llegue la noche, descansaremos con las últimas vibraciones.