Hay dolores tan íntimos, personales que no desaparecen con el tiempo.
Aprendes a vivir con ellos.
Se canalizan a través de un suspiro, una lágrima o un silencio profundo.
Nos recuerdan que somos frágiles, imperfectos, seres en cambio continuo.
No les temas, vívelos y déjalos menguar en el atardecer de la existencia.