Cuando al fondo del soto
El anciano llegó con los guerreros,
Tabaré, con el pecho atravesado,
Yacía inmóvil en su sangre envuelto.
La espada del hidalgo
Goteaba sangre que regaba el suelo;
Blanca lanzaba clamorosos gritos...
Tabaré no se oía... del aliento
De su vida quedaba
Un estertor apenas, que sus miembros
Extendidos en tierra recogía
Y que en breve cesó... Pálido, trémulo,
Inmóvil don Gonzalo,
Que aun oprimía el sanguinoso acero,
Miraba a Blanca que, poblando el aire
De gritos de dolor, contra su seno.
Estrechaba al charrúa
Que dulce la miró, pero de nuevo
Tristemente cerró, para no abrirlos,
Los apagados ojos en silencio.
El indio oyó su nombre,
Al derrumbarse en el instante eterno
Blanca desde la tierra lo llamaba,
Lo llamaba por fin, pero de lejos.
Ya Tabaré a los hombres
Ese postrer ensueño
No contará jamás... Está callado,
Callado para siempre, como el tiempo.
Como su raza,
Como el desierto,
Como la tumba que el muerto ha abandonado.
¡Boca sin lengua, eternidad sin cielo!
Juan Zorrilla de San Martín