Qué pena que en su garganta
Sólo entrara agua salada.
Antes de caer por la borda,
La imagen de su madre y sus hermanas
Le abordaron el alma.
Pidió perdón tantas veces
Que ya no le quedaba nada.
Pidió perdón por haber mentido:
¿Sabes nadar? Sí, contestaba,
Y no, no nadaba.
Tampoco nadaron ya sus sueños
hechos de arena, mar y esperanza.
Se quedaron flotando a la deriva;
En el cementerio de agua.
Le pidió a Dios que si estaba arriba,
De su gente cuidara.
No pedía llegar a la orilla
Pero su hermano pequeño...
Por favor, que él si llegara.
Sólo, debatiéndose entre las olas;
Rezaba y al cielo clamaba:
No dejes vivir a mi hermano,
Entre gente que mata.
Cerraba tímidamente los ojos,
Ya le pesaban.
Solo el sonido de las bombas,
lo acompañaban.
14 kilómetros pensaba.
Mientras lloraba al ver a su hermano
Caído de aquella barca.
Le apuntaron directamente entre los ojos.
Si no callaba, también él iría al agua.
Cerraba los ojos, le pesaban.
Y, al volver a abrirlos;
Tiritaba de frío en aquella playa.
Una muchacha blanca
Muy fuerte lo abrazaba,
Él intentaba balbucear,
Mientras lloraba y lloraba.
¿Dónde está mi hermano?
Mi hermano de mi alma.
Venía conmigo y, a mi lado ya no estaba.
Se lo había tragado el cementerio de agua.
Lydia Gil