Siéntate y espera
a que las nubes se sofoquen
de sus propios cuerpos
y abran el paso para
ese Dios que caerá
y estará de tu lado.
A que te falten las palabras y,
ante su ausencia, te enteres
de cuánto las necesitas.
A que tus propias ideas
te corten la lengua
y sepas que el silencio
es el portón de la ruina.