Aún, la nostalgia brilla en los albores de sus días.
Postrado frente al sagrario, el asonante triste llanto
descubre el rojo calvario en el cristal de su manto
y lleva la oculta arcilla de amor, a las grafías.
De los tiempos de alborozo a las horas de congoja;
del ruido de las canciones al silencio imponente,
que promueve destrozo como el viento que deshoja.
De las historias veladas a las obras de ficción;
de versos en comuniones a un frenesí suplente,
que baila nuevas tonadas en fiesta de la traición,
Si al crédulo amor se humilla y le roban sus fantasías,
no es un perenne rosario lo que cura el desencanto,
menos se hace un santuario con flores de amaranto.
¡No hay desierto en la mejilla con el sol de siete días!