Entregarle al emblema de la muerte
mi crisma de ensoñaciones no es un problema,
a no ser que las balas rocen mi silbido y que el aire
agonice en chorros de miedo y/o pavor.
Conseguir una resolución cuando ya no hay piedras
con punta de oro y cristales crispados por la demencia
es tan difícil como gritar en paz, en armonía…
Entregarte como prisionero de mi congoja
no es aceptable en tiempos de vencimiento definitivo,
no es aceptable cuando sé que tú también
posees un malestar impenetrable.