¡Que recuerdo tan amargo
guardara la población
del día cinco de mayo
del año cincuenta y dos.!
Nadie lo podrá olvidar
al simpático paisano
que, justo en la Despertá,
le acompañaban su hermano,
y varios paisanos más.
En la hora de la alegría,
cosa propia y natural
¡quien al verlo se diría
que, en tan señalado día
con la muerte te veras!
¡Que tragedia! ¡Una explosión!
¡Un ay, mi hermano Dios mío!
Vidrios rotos, confusión.
Espanto en el corazón,
y en el alma mucho frio.
La madre debe saberlo,
pero ¿quién tendrá el valor
de darle esta mala nueva?
Y cuando llega el momento
de que la madre se entera,
exclama toda nerviosa,
¡dejadme que yo lo vea!
que la sangre que derrama
es la sangre de mis venas.
Pero precintan La caja
para que nadie lo vea,
y la madre como loca
sobre la tapa golpea.
¡Hijo querido del alma,
hay que grande que es mi pena
que no pueda darte un beso
cuando yo tantos te diera!
El padre, con más valor,
aunque tiene el alma rota,
por dar ejemplo a la madre
traga en silencio su pena.
La gente en la procesión
va más callada, más seria,
y a todos los corazones
impresiona la tragedia
Y ya las fiestas no se hacen
con ese brillor de fiestas,
porque su muerte les pone
una nota de tristeza.
Y cuando la Virgen pasa
frente a frente por su puerta,
hasta la luz de los cirios
que como animas en pena,
van alumbrando a la Virgen,
se agita, vacilan, tiemblan.
Y es que el dolor los agobia,
y los agobia la pena
de la pobrecita madre,
que esta con el alma llena
de una angustia tan horrible,
y una angustia tan intensa,
que hace estremecer al cielo,
Y hace llorar a las piedras.
La Virgen tiene en la cara
una expresión tan serena,
como diciendo a la madre
algo que calme sus penas.
¡Ten conformidad mujer
ten ánimos, Eleuteria,
que Dios así lo ha dispuesto
y lo que está escrito, llega!
Ahora me toca a mí
el gozar de su presencia,
si aquí ha dejado una madre
allí la virgen le espera.
Él te vera desde el cielo,
y sufrirá cuando vea
en tus ojos tanto llanto,
y en el alma tanta pena.
Vence la pena mujer,
es preciso que la venzas,
esta vida no es aquella,
aquí no hay odios ni envidias
ni rencores ni quimeras.
Aquello es la paz de Dios
Aquello es la Gloria Eterna.
Anónimo