Su mirada fue perdiendo su brillo, frescor y belleza.
Se sentía cansada aún cuando no había hecho ningún esfuerzo.
La sonrisa que la distinguía, se fue oscureciendo hasta desaparecer por completo.
Su fresca piel iba perdiendo su elasticidad.
Se miraba al espejo y no reconocía la figura que este le mostraba.
Poco a poco la vida la abandonaba, su salud se disolvía como la sal en el agua, como el vapor de un café humeante.
Quería llorar, pero no le salían lágrimas, temió haberlas perdido para siempre.
Aquella noche se recostó temprano en su lecho. Tenía un extraño presentimiento.
- Lucía, por favor, al salir de la habitación no cierres la puerta - le dijo a su fiel amiga que la ayudó a acostarse - .
- Como quieras - le respondió Lucía - Cualquier cosa, ya sabes, me llamas, a la hora que sea.
- Ay Lucía, Lucía ¿Qué hubiera hecho yo sin ti amiga? Eres noble y buena. Mira que soportarme a mi no es nada fácil, sobre todo ahora con…..bueno con esto que tengo.
- No seas boba. Sabes que te quiero y para mi es un gusto, un placer poder acompañarte ahora y siempre.
Lucía se acercó, le dio un abrazo a su amiga y un beso en la frente. Se dirigió a la puerta, apagó la luz y dejó la puerta abierta, como le había pedido Rosa.
Esa noche los rayos de la luna llena entraron en silencio por la su ventana. Sonrió complacida. Cerró sus ojos y se entregó al reposo. Como había presentido fue su último día en este mundo.