Lady Gagá suena a dadá, ese pequeño caballo holandés,
que un día unos autores ciegos
sacaron de un sombrero de copa
porque querían decir "arte" y les salían exabruptos.
Decir Gagá es decir presión de la sangre en un cuerpo cavernoso
dos, tres, todos ellos, sin más estimulación química
que la que entra por los ojos.
Decir Gagá es decir gel transparente soluble en agua, rulos de lata,
lencería de alambre, mirada viscosa, curvas firmes y sensuales.
No oigo su canción, sólo veo
la ondulación de esa figura penetrante, sugerente, asfixiante
que acelera el pálpito, llena las venas de gasolina caliente
y ganas de morder.
Gagá es una imagen, un sonido, una canción
muchas canciones pero poco ruido
manos con uñas largas como navajas
negras como el escarabajo egipcio
afiladas como las cuchillas de Freddy.
Gagá también es ahogarse, burbujas de desesperación
que suben mansamente hacia la superficie mientras yo
me hundo hacia el abismo.
Es un querer y no poder.