Hay un lugar donde la calidez
condensada en molinos
fabrica migas de relatos.
El atardecer se despliega
desde la frente
que gotea esfuerzo.
Los rumores de rayuelas
estallan al paso de cantos
que expresan primeras veces.
El viento surge entre
las colinas como
heraldo anticipado de
lágrimas nunca derramadas.
Las montañas empujan
el suelo para sostener
casas en las nubes.
Quienes vienen en
carrozas dormidas
se quedan admirados ante
el material del sosiego.
El aire soporta
futuras mareas
en el paladar de un
equinoccio interminable.
Las personas alucinan con
vapores que parten
de estaciones evanescentes.
Un lugar donde los
pañuelos elevados
tan solo despiden
veleros de piedra.