Yo no soy más que un viejo y hueco embudo de trasiego,
abandonado en el repecho del camino
o en el rincón más oscuro de la cueva,
Y por donde, a pesar de mi voluntad, que no quisiera más que dormir
el Viento sopla, a veces, y articula unas palabras.
Sin este viento, yo no he escrito jamás una letra.
Puedo decir,
algunas cosas en el sillón del psicoanálisis,
por ejemplo:
que no me gusta escribir;
que me pesa la pluma como una azada
y que lo que me gusta es dormir, ¡dormir!\"
Tengo 58 años
y aún no he aprendido un oficio;
no sé pelar una manzana
y las faltas de ortografía
me las corrige mi mujer.
Y como hechos fatales
que no he podido remediar,
estos tres:
que soy español,
que hablo demasiado alto
y que, por no se qué razones,
esta manera de hablar
les molesta mucho a los pedantes
y a los rabadanes del mundo”.
Y sobre este punto, creo que puedo decir unas palabras:
Pero ¿por qué habla tan alto el español?
Este tono levantado del español es un defecto, viejo ya, de raza.
Viejo e incurable. Es una enfermedad crónica.
Tenemos los españoles la garganta destemplada y en carne viva.
Hablamos a grito herido y estamos desentonados para siempre,
para siempre porque tres veces,
tres veces, tres veces tuvimos que desgañitarnos en la historia
hasta desgarrarnos la laringe.
La primera fue cuando descubrimos este continente,
y fue necesario que gritásemos sin ninguna medida:
¡Tierra! ¡Tierra! ¡Tierra!. Había que gritar esta palabra
para que sonase más que el mar
y llegase hasta los oídos de los hombres
que se habían quedado en la otra orilla.
Acabábamos de descubrir un mundo nuevo,
un mundo de otras dimensiones al que cinco siglos más tarde,
en el gran naufragio de Europa,
tenía que agarrarse la esperanza del hombre.
¡Había motivos para hablar alto! ¡Había motivos para gritar!
La segunda fue cuando salió por el mundo,
grotescamente vestido con una lanza rota
y una visera de papel aquel estrafalario fantasma de la Mancha,
lanzando al viento desaforadamente esta palabra de luz
olvidada por los hombres: ¡justicia! ¡justicia! ¡justicia!…
¡También había motivos para gritar!
¡También había motivos para hablar alto!
El otro grito es más reciente. Yo estuve en el coro.
Aún tengo la voz parda de la ronquera.
Fue el que dimos sobre la colina de Madrid,
en el año de 1936, para prevenir a la majada,
para soliviantar a los cabreros, para despertar al mundo:
¡eh! ¡que viene el lobo! ¡que viene el lobo!… ¡que viene el lobo!
El que dijo tierra y el que dijo justicia es el mismo español
que gritaba hace 6 años nada más, desde la colina de Madrid,
a los pastores: ¡eh! ¡que viene el lobo!
Nadie le oyó. Los viejos rabadanes del mundo
que escriben la historia a su capricho, cerraron todos los postigos,
se hicieron los sordos, se taparon los oídos con cemento,
y todavía ahora no hacen más que preguntar como los pedantes:
¿Pero por qué habla tan alto el español?
Sin embargo, el español no habla alto. Ya lo he dicho.
Lo volveré a repetir:
el español habla desde el nivel exacto del Hombre,
y el que piense que habla demasiado alto
es porque escucha desde el fondo de un pozo.
Autor: León Felipe