Benjamín Díaz Castañeda

EL ALIENTO DEL DIABLO

La ciudad esta achicharrada;
un sol de peste
la recorre de Norte a Sur,
y de Este a Oeste.
Por sus calles y callejones
se desliza una brisa de soplete
que derrite paredes, puertas y templetes.
En el horizonte estalla
la aurora coloreada
con el calor radioactivo
de una bomba de Hiroshima.
Aparecen hombres, mujeres y niños
de medio rostro,
protegiendo sus pulmones
del aliento del Diablo,
o esquivando el olor fétido de un vómito satánico.
Hay también gente enclaustrada,
temerosa siempre de lo que el viento arrastra.
Son seres atrapados en extrañas garras,
que ahora desconfian de una madeja de lana,
de una mota de algodón
o del angustioso agite de una mariposa
que deja en su vuelo el polvo de sus alas.
Los ancianos perciben la inminente radiación en sus entrañas.
Los niños juegan a oscuras al alelimón sin esperanzas.
Oraciones y alabanzas
saltan de la voz de cada madre
mientras Cristo ve, oye y calla
a la diestra de Dios Padre.