Camino y escucho
solamente mis pasos sobre la calle.
El paisaje sonoro
se torna silencio en mí,
solamente estoy yo,
escuchando el canto tenue de mi pena.
Veo caras frías,
sonrisas congeladas,
caderas tiesas y
manos ensangrentadas,
historias naciéndose,
desenvolviéndose y muriéndose,
todo en un frenesí de las cosas,
la gente y la vida en la ciudad.
Y yo,
caminando entre este flujo del acontecer,
ausente en la presencia,
con la mirada inerte,
sobando ritualmente metales públicos
como si le diera cuerda a mí mismo,
tornándome cada vez más anodino,
preparando de nuevo la caída piedra,
el salto al acantilado de mi desazón.
Y no es un salto de desprecio propio,
es más bien una escapada secreta,
un silbido de día soleado,
una manera de sentir por un momento
las huellas que dejaste en mí de tu presencia.
Pues como te estrellaste en mi vida,
con esa violencia dulce de tu pelo,
con tus miradas deshaciendo certezas,
con susurros que derritieron
mi colección vergonzosa
de falsos ídolos y espejos malditos.
Así,
entre los conjuros del arte de tu existencia,
abriste de un portazo limpio
el cielo falso de mi alma,
y me lanzaste despiadadamente a nadar
al mar olvidado de mis sentimientos.
Allí,
en ese espacio sin coordenadas,
en este agujero infinitamente interior,
me paseo bajo el amanecer
que emana el amor que te tengo,
decorando el mar entero con tus recuerdos.
Me emborracho
con los restos del calor que nos dimos,
degusto el olor de tu pelo
celosamente guardado en frasquitos,
me entrego repetidamente
al infierno de flores escarlatas,
hijas de tus besos
y de todos tus labios,
con suerte encuentro
una burbujita de tu risa
y la reviento
solo para escucharte otra vez.
Y luego me cae la lluvia fría en la frente,
dirijo la mirada al cielo de mierda
y me veo anhelándote
entre las sombras de figuras
que no están.
Te hablo en mi mente
y me descubro imbécil,
confesándole amores
a un pajarito inocente,
él atónito a los ruidos que
le balbucea este peludo animal.
Me sorprendo en el delirio
con una sonrisa de mocoso,
pegajoso de tanto llanto,
mientras bailo en un salón vacío,
creyendo como loco
estar bailando un son allí contigo.
Continúo,
arrastrando lágrimas de plomo
que me pesan en las pestañas
y me hunden la cara
para que bese el suelo,
y recuerde tus pasos,
y me pasee en tus recuerdos,
y regrese a esos efímeros
encuentros nuestros,
donde todos los sustantivos mueren
y rige absolutamente el verbo,
del amar.
Porque es allí cuando te amo,
y te amo plenamente,
y no encuentro motivo alguno
en este mundo pérfido
para no tomarte la mano
y regártelo de besos,
buscar entre tus brazos
un nuevo lunar preferido,
profesarle lírica y
actos heroicamente mundanos,
dedicarle un garabato y
volver al agua de mi memoria
para encontrarle en el subsuelo
su lugar de veneración.