Cojo el arco —también la flecha— infiero una tentadora reducción del símbolo mortal,
porque en toda arma, su exponente letal vendría a determinarse por la proporción de abominación correlativa en las manos donde reposa, dicha correlación deriva de las falencias de la mente y de los cráteres y callosidades del parasimpático. La construcción sociocultural, aunque influye,representa nimiedades a modo de pretexto, ya que es susceptible de violentarse o de saltarse.
Ningún armamento es inofensivo por sí solo, ya trae la perversión implícita en su invención.
aunque no es dicha perversidad características de todo objeto, notemos que es posible dar muerte con una quijada de burro.
Cuando el aparataje neuronal entra en desequilibrio, cojea todo el sistema nervioso — igual que el arco y la flecha— es evidente que un renco, tendrá desventajas físicas, pero no de intelecto y por ende no hay excepción de perversión, dado que ambas entidades tienen origen común. (La falacia queda al descubierto), no cojea quien no tiene patas «extremidades» (para sonar menos rupestre), pero el codigo mortal prevalece en los niveles macros del miedo, es natural que nuestros sistemas inmunológicos, desconfíen de los frágiles tegumentos que usamos como frontera con el mundo exterior. — por allí vienen los tiros— cuando las células dendríticas perciben el tiroteo responde con una tormenta de citocinas desproporcionada (violencia con más violencia). Tantos reflejos sociales en el mundo biológico me resultan sospechosos — muy sospechosos—