Más allá de las montañas,
sostenidas por los hombros
anchos y fríos de Dios,
surgen veredas
donde las aves maldicen
diariamente a las nubes.
Sus habitantes,
envueltos en humildes
celebraciones blancas
y verdes, tocan el cielo
cuando alzan las uñas
repletas de tierra.
Los pinos en el horizonte
cortan de lleno
el color ladrillo
de los alrededores.
Son tierras sin promesas,
donde el día a día
lo construye cada cual
con sus propias picas.