Postales de mi Argentina, tierra de mis antepasados
recuadros inmortales de bastos horizontes dorados,
quien pudiera de las estaciones, sobre ti adivinar el paso;
como del hombre las estaciones del tiempo fugaz.
Letanías de alabanzas a tu belleza son tus cerros, tus bosques y todo tu color propio de Febo esbelto;
También tu maná de vida que es tu agua, fiel amamanto de los hombres que perciben tu dicha y encanto.
En verano te tapas de verde y castigas, recelosa e indomable,
ya sea con tormentas que de las casas los cimientos arrancan;
o jornadas de calor que al más guapo desinflan.
recuerdo vengativo ante la cicatriz del progreso en tu pampa.
Luego se implanta, de manera imponente y despiadada la simiente de tu otoño,
La naturaleza nos enseña lo cruel del paso del tiempo. El retoño de la muerte que florece en invierno.
Oh madre bondadosa que a tus hijos resguardas,
mientras las hojas mueren y palidecen en el naciente frío;
tus campos se forran de colores, de nueces, de cítricos y sustento,
gesto bondadoso que diferencia el invierno de la muerte.
Pero vea si es cruda la fortuna y la suerte de algunos, que se refleja en aquellos cristos que duermen en la calle a la intemperie sufriendo los muchos la ambición de los pocos y reciben tu frío por el olvido de todos.
Y así cae la mortaja recelosa del invierno,
entre alpargatas rotas, pies azules y enfermedades;
a los que más necesitan el hambre los devora,
y raro no es que ni descansar en tus entrañas consigan.
Pero llegará la primavera, con ella el florecimiento, La juventud hará tronar el escarmiento más antes o más después en el tiempo. Lo hará adornada de verbena y petunias, de calidez y premura propia de las cinerarias y de las salvias.
Entonces te enamoras, nos regalas flores y largos días templados,
el canto de los pájaros y los pichones piando en los nidos;
y así distraída el hombre sobre ti avanza,
cuando de tu letargo despiertas el verano estalla.