Desde aleteos inmóviles
de vientos verdes y marrones,
surge vestida de matices.
Desciende las escaleras suaves
en venia permanente.
Traza con cada
movimiento la danza
que siempre aprendió
de vista, pero jamás
pudo ensayar. Aquí no
hay ensayos, le dijeron,
solo un intento.
Con los rayos del sol marcando
cada una de sus líneas,
y sus pasos punteando
el son del baile
perfecto, pero fúnebre,
la hoja disfruta
el espectáculo y, por
ella misma, decide morir.