Romance del 25 de marzo.
(Sigo en la cuarentena)
La luna que estaba quieta
siempre mirando la tierra
caballos de niebla y plata
dejan sus huellas marcadas.
Por el frenesí que llevan
han quebrado sus espuelas
por su boca sale espuma
como el mar en olas blancas.
Nadie quiere darse cuenta
ni oír siquiera trompetas
en un febrero bisiesto
que andan bocas con cornetas
con los sonidos siniestros.
La muchedumbre sedienta
andan formando racimos
buscan valientes destinos
sin mirar quien se presenta.
Es sutil y silencioso
lleno de voces secretas
que va poniendo sus huevos
para luego hacer renuevos.
Las plagas del viejo mundo
renacen con mucha fuerza
y andan bastardos diciendo
que les pongamos incienso.
Salen bocas campaneras
arrastrados con sus lenguas
con ojos de calavera
se queda seco sin sangre
como se queda la arena.
La luna quieta se queda
adivinando tormenta,
donde están las bullas madre,
que no se ven en la tierra.
Hablan las mentes turbadas
diciendo no llegarán
con toda seguridad
y nos vienen a parvadas.
Buscando el amanecer
con el alba muy temprano
no deja de sorprender
que parecen partisanos.
He visto caballos negros
con sus crines escarlatas
que relinchan cuando matan
con muescas en sus culatas.
No sé si es miedo o respeto
tener al virus en mano
que viene aquí por lo sano
seco y de palabra escueto.
Nada es nada si nos hablan,
que de nada no se vive,
alguien que muta y revive
sin hacer una proclama.
La luna cuando nos mira
nos ve bramar en la sombra
porque nos mira y suspira
al ver la tierra en alfombra.
El veinticinco de marzo
se encendieron las alarmas
andamos en el cadalso,
unos pasos más de karmas.