Marco Quiroz

journal

Diario leo el periódico y preparo café cuando despierto.
El primer café de la mañana no me queda muy bien. Es algo sin sentido, indiferente, que no pasa por la garganta disfrutandose y no sé, no siento el calor de un pueblo mágico en mis pulmones. Es, en pocas palabras, mierda. Sin embargo, el segundo café, cuando llegó a la mitad del periódico, va teniendo una razón, independientemente de que el anterior haya sido un fracaso, éste resulta agradable. Las cucharadas de azúcar que coloque parecen ser las correctas, donde queda algo neutro que, tanto lo dulce como lo amargo hacen que recuerde a Guanajuato. Lo tomó lento y en calma hasta la última gota, hasta que el líquido desaparece y sólo el perfume del café quede en mi boca. En mi última taza, realizo lo mismo que en la segunda, tratando de disfrutar de la misma manera este último trago de vida. Jamás queda igual. Jamás se vuelve a sentir la misma sensación, el aroma, el perfume en mi boca, el pueblo en mis pulmones, el recuerdo en mi mente. Soy tan tonto. Tal vez, sea la cafetera, tal vez quiera ella que solo pruebe dos tazas de ese mismo café. Tal vez sea el azúcar, que una caña es más dulce que la otra. Tal vez deba finalizar el periódico y ver hasta la última hoja, tal vez venga la respuesta a mi problema. Que más da, mañana tal vez lo haga, mañana tal vez entienda que lo único malo es el agua y quien la sirve.