Yo quise estar cerca
de tu ramo de novia,
postrarme en el banco
cóncavo de siglos,
las bóvedas dibujaban reflejos de arcoiris
descomponiendo la seda
que cubría tu cuerpo.
Vine atravesando valles y senderos,
atrás quedó el mar
—devorador de convenios—
y las puestas de Sol degustando tu nombre,
tu jefe masticaba sílabas con ese,
en tu cara se incrustan hornacinas celestes,
el espacio está lleno de notas de carduelos.
En un rincón del armario soportando
estrecheces inverna la chaqueta de botones
cruzados. Asoma un anillo, un banquete,
una fecha y un beso de mejilla
en el envés de la etiqueta.
He vuelto al mar muchas horas
a esperar teñir de rojos
el pentagrama infinito, casi apurando
las hojas con salitre de aquel verano.
Marisqueo tu nombre
estampado en el libro, perfumado
de incienso.
No me importan las fotos
de mesita de noche,
ni los prados que intercambian
verde y amarillo,
dormito en tus ojos
abrazado a tus pestañas.