Fernando inhala los alientos coléricos de la multitud
para llenar de ímpetu sus anhelos de sangre.
El ambiente es dominado por la bruma oscura
causada por el placer de lo marchito.
Entonces Fernando desenvaina su aguijón
para punzar los latidos moribundos
de la flor que para mañana
a esta hora estará mustia.
Sus pétalos fallecen uno a uno
mientras Fernando aspira
el aroma ocre de la victoria.