Miguel Ángel Cisneros

La casa

Ese lugar, donde los pasos crecen en talla

y las cucharas, lentas, pierden sus gestos,

 los gatos no caducan; donde todos somos gatos

 porque nuestras últimas pisadas caerán sobre las primeras,

 pues el mundo es un campo minado

 y solo en casa andar es seguro.

 

Un lugar donde el tiempo no perdona a las paredes,

 causando arrugas, deshaciendo su esmalte;

 donde pequeños querubines se acuestan en el ático

 a mirar a través del techo,

 para observar más de cerca poemas en el cielo.

 

Un lugar en las nubes, sostenido por montañas

 que caminan tan rápido y, al alcanzarlas,

 sabes que no estás volviendo sino llegando.

 Y al llegar, encontrarás cosas nuevas,

 porque cualquier camino enseña y no es en vano.

 

Por eso vuelvo, para ver qué hay de nuevo;

 percibir nuevos rostros entre la madera,

 voces sobre los pasos que se cuelan por las ventanas

 y sabores sazonados con el aceite de los días.

 

 Cuando digo que vuelvo para sentirme como en casa,

en realidad vuelvo para que ella se siente a conversar conmigo.

 

Cuando muera, ¿a quién se le manifestará todos los días?

¿Habrá quién le corte el cabello; le cepille los dientes?

¿Podrá vivir en las palabras de otro autor?