Para qué.
Fue como ir por la cinta transportadora de un aeropuerto
saludando a todos los que de cierta manera tienen algo que
ver con mi vida.
El olor a un extraño café me despertó en una ciudad por
unos instantes desconocida, luego, no pronto, caí en la
cuenta: Ámsterdam.
Por el telefonillo del hotel me avisaban de la visita del
director general; dejo corriendo la taza de café, la tostada
a la trágala bajando por el maltrecho esófago que me
recorre y la corbata volando alrededor del cuello.
Me precipité sobre las alfombras del vestíbulo cuando
ella,esperando informes en mano,se afanaba haciendo
números como una loca. Era atractiva, yo, no tanto.
Cuando me acerqué para los cumplidos de rigor me agarró
de la corbata y me atrajo a unos senos realmente turgentes.
A continuación, húmedo de bajos y en medio de la noche
abro los ojos contra el techo y me sumo en una angustia
kafkiana que queda sin explicación.
Me levanto y busco alguna cartela o documento que me ofrezca
algún indicio de dónde estoy. No lo sé.
Así es el mundo del ejecutivo de una multinacional...