Compañera sensible,
de evocadóras romerías estivales,
que me bendices,
bajo el sol que dora los cereales...
Y que extiendes,
la esencia de las flores,
sin cesar, de una a otra parte,
de los campos y las eras, la buena simiente...
¡Qué relumbre!
Tus ojos como el cielo, indefinibles,
de facciones adorables,
que rebullen sonrisas inefables...
Tu presencia refúlge,
a pesar de tus constantes sinsabores,
de tu valle de dolores.
¡Dulce Señora! No me abandones...