Acaricié la rama del rosal
cerrando el puño con rabia,
para mezclar la sangre de mi mano
con la sangre de su savia.
Después, poniendo carne de mi carne
en el troncón de la planta...
aboné sus rosas rojas
con los restos de mi alma,
y para que no pudiese
de mis ojos ver las lágrimas
me fuí marchado en silencio
caminando del brazo del alba.
Poco a poco, el sendero del rosal se está
poniendo gris, como polvo de plata,
y frío como mis noches,
y lento como el tiempo cansado que pasa,
y ahora, ni siquiera ya conozco, por qué
no me conduce a la puerta de su casa.
Quizás...porque al igual
que el viento dobla al junco...
mi voz se va quebrando en mi garganta,
pero que no olvide...nunca...
que al rosal de las rosas rojas,
solo, y solo por ella...
le regué con mi sangre sus raíces de plata.
J.C.