En mí no existen
huellas sobre la nieve
ni una rama quebrada sobre el césped.
Camino con direcciones indicadas por otros,
no sabría decir quiénes, ¿las hojas
con sus puntas señalando algo, tal vez?
No lo sé, pregúntales a ellas.
Ando con los pies descalzos sobre
las brasas que escupo
por comer tantas azucenas.
Respiro las letras que exhalan
los árboles. Ellos dicen que
soy el huracán y que se las arranco
sin clemencia; yo digo que
son como niños con paletas dulces
en un campo lleno de refugiados hambrientos.
Soy un adoquín acuñado contra
sus semejantes, pero soy más
porque el musgo solo crece
en mi lado de la calle.
los demás tienen
la experiencia del trajín,
yo tengo la del sosiego.
Busco aquello intangible, metafísico,
que mi piel trata de arrancarse de sí misma;
mis dientes intentan ruñir de mi lengua;
y mis intestinos no absorben de mis adentros.
Mis dedos se quiebran por sostener
el aire y tratar de llevarlo al paladar;
en mi espalda se pronuncia una joroba
por mantener una venia al viento,
que nunca me lleva consigo.
Mis muelas no logran
triturar las palabras.
Las tildes me causan
mal de estómago;
trataré de morir en silencio.