Miguel Ángel Cisneros

Gladiadores (del libro Roma)

Cada cual fabrica destellos de diamante

en ojos de criaturas frágiles, en las que un sollozo pleno

 es indicio de un suspiro de más, un aliento

que con los días y la resignación se aprende a redimir

-con el silencio y sus aliados- en un nuevo aliciente,

en un bálsamo para la propia existencia.

 

Ellos aprendieron a alimentarse del ocre

que camina en sus pies y tatúa sus pieles;

a beber el elixir carmesí

que ellos mismos confeccionan;

a ser una pausa viviente entre el caos y el sosiego;

 aprendieron porque nada más les queda

entre el aliento de treguas en descomposición

y el aroma de azucenas granates,

crecientes entre las espinas que nunca fueron suyas.

 

Soportan el peso de las experiencias

que resucitan para morir de nuevo en sus propias manos;

 la conciencia de conocer la liviandad de sus vidas;

y el tonelaje de sus acciones.

 

Son la metamorfosis de sementales dóciles

 ante portentosas yeguas de acero. 

 

Pero ellos también se visten de igual brío para sortear el destino,

 jugar su vida a los dados y esperar que en el próximo lance

 les favorezcan con un número mayor.