Palpitaban los pétalos esquivos
de sus vírgenes labios, tan sensuales,
al sentir mis alientos pasionales
en sus muslos de nácar, tan lascivos.
De sus ojos, radiantes y festivos,
le surgían fulgores celestiales;
que manaban deseos a caudales
al compás de mis besos compulsivos.
En su estampa de fina sutileza
se grababa mi lúbrico apetito,
y su cuerpo, bordado de belleza,
me entregaba su don tan exquisito,
con la gracia de amor, y su pureza,
impregnada del fuego más bendito.
Autor: Aníbal Rodríguez.