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ciclos-(relato)

Tensó el arco con el que solia disparar a las gacelas en los plácidos otoños en los que el pasto ya se encontraba con un fosforescente verde botella. Salpicaba la lluvia sus pestañas provocándole guiños que marcaban un implícito amar a la naturaleza que tanto adoraba. No tenía más razón en su disparo cazador que llevar a su familia una pieza con la que abastecer su necesidad mas básica; comer. Su coleta negro tizon, se balanceaba bajo la sugestión de sus pensamientos, dándole pinceladas en cada uno de sus movimientos al espacio que abarcaba en su vaivén.
Esos mismos ojos penetrantes que habian enamorado a la que era su mujer e igualmente intimidado a su mas feroz contrincante, esa mirada atenta y despierta capaz de reflejar sin buscarlo los diferentes estados de un interior lleno de dedicación y sabiduría, o de desvanecerse de la atención para fluír entre las olas de un viento que lo acariciaba.
Observaba a la pieza que se encontraba a unos cincuenta metros de él. La miraba mientras dirigía lentamente su arco hacia la móvil diana que pastaba sin advertir la posibilidad del disparo certero que se le auguraba.
Movía la gacela con movimientos reflejos su esbelto cuello mientras rumiaba con entrega su alimento. Seleccionaba en sus mordiscos la parte sin tierra de la hierba que tomaba, como experto gourmet conocedor en sus muchas formas de elaborar un mismo plato. No contaba con el aviso del silbador pajaro, que tantas veces le habia puesto en aviso del ser cazado, comía distendidamente, profundamente dispuesta en la labor.
Kartik, maniataba su pulso con la intencion de tan solo con un flechazo abatir al animal, buscaba su corazón para no provocar sufrimiento en ese momento en que la vida y la muerte se dan la mano para asir la conquista de una eternidad insalvable. En sus pensamientos, de manera innata, brotaban todas las enseñanzas que sus mayores le habían dado en el arte de cazar, como en muchos otros aspectos aplicados de la vida. Construia las chozas que les cubrian en frias o calurosas noches gracias a aquellos conocimiento que sus mayores le habian proporcionado. Su tierra rendia cosechas como la que más, por la dedicacion con la que se habia tomado siempre cualquier momento de aprendizaje. El inculcar de respeto hacia todo en los hijos, era el añadido que hizo capaz, generación tras generación, de traspasar todo aquello que conocían, habia visto y oido. La rapidez con la que atrapaba a los peces, con solo sus manos en los rios de agua helada, venía fruto del querer llegar a situarse como hijo de sus padres en el lugar que creia les correspondía a ellos, en lo más alto de las capacidades.
Sólo tomaba de la naturaleza lo que de verdad le era necesario a él y a los suyos, no ambicionaba otra cosa que no fuera indispensable para la supervivencia. Se sentía reflejo de todo lo que existía; y veneraba con fidelidad sentenciadora la complacencia en un destino que creia le correspondía. No encontraba razón para rechazar cada uno de los pasos que le pertocaban de andar, los aceptaba, dando gracias, aún muchas veces sin comprenderlos.
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Se preparaba ya a disparar, cuando de entre el cielo grisaceo, negruzco y pellizcado por lo blanquecino, aparecio un torbellino de luz que arremetio contra la gacela fulminándola.
Kartik se quedo absorto por la rapidez inesperada en que habia sucedido todo. Le basto mirar de lejos al animal para saber que era cadaver ennegrecido por las cenizas en que se habia convertido.
Remiró las pisadas que habia ido dejando en su camino hasta la posición escogida para su disparo. Vio en el humeda tierra hecha barro las pisadas de sus pies, muy... muy bien marcadas. Penso en las tinajas de agua en que ellos, su gente, bebían. Penso en los cuencos en los que servian en el centro de sus chozas, las "delicatesses" que los bosques y los ríos les habian ido ofreciendo para degustar. Recordó la empuñadura del baston que su padre en los ultimos años de su vida llevaba siempre. Barro resecado en los vientos de los años, curtido por los aires de abetos, margaritas, pinos y oloreado por mil frutas, cargado con la dureza aderezada de las manos, que habian diseñado tallando en él una cara grandilocuente con grandes colmillos; y los pelos erizados de un enorme oso.
Todos los colores confluían en aquel flechazo relampageante que le deshizo del compromiso de acabar con la vida del animal.
Se acerco al lugar donde yacía descompuesta la pieza. De los satinados marrones materiales con los que habia relucido entre brincos y carreras la gacela, no hallo resto ninguno.
El negro apagado grisaceo de la ceniza, destellaba en el lugar donde el animal encontró su reencuentro con el todo.
El viejo tronco reseco del costado izquierdo al que Kartik miraba, estaba impregnado de restos de ceniza. Acunaba el nacimiento del estadio, en el que tronco y ceniza se unificaban estallando en lo siempre novedoso de la creacion innovadora y continua, fusionando sus materias, proyectando cambios que forjarían algún presente.
Convino Kartik, en dejar latente en el interior de su persona la grandeza de aquel acto que había; y estaba vivenciando. Materias existentes en aparente ocaso que abandonan esas formas actuales, definiendose en una fusión capaz de ensalzar y aceptar la continuidad física; y por las creencias de Kartik, también metafisica, de un existir en la indefinicion de las identidades, en el hallar un común denominador para todo, sin interrogaciones que le pudieran colapsar en un radical entendimiento, pero en definitiva, en una muestra evidente, sumamente clara, del prosegir en un ciclo de la vida inagotable, inquebrantable, infinito.