No vengas con malas noticias, por favor,
que me desplomo
al instante.
Mis piernas no soportarían el peso de mi cuerpo
ni menos, aún, el del infortunio.
No quiero escuchar ni una mala noticia mientras esté vivo.
¡No quiero...!
¡Mi ser no lo soportaría!
Lo digo con conocimiento de causa (aunque sólo han sido falsas alarmas), porque ya lo experimenté:
No lo he soportado.
Prefiero que me mientas
(No me digas nunca que uno de los míos se ha marchado...
no me digas nunca que algún niño en el mundo sufre desconsolado...
ni menos me digas que tú quieres irte de mi lado).
Vivir en la ignorancia de lo malo,
es lo mejor
a saber de esa dura y penosa realidad.
Mis huesos y mi carne
son de los más frágiles que hay.
No están preparados para una noticia fatal.
A veces, en el silencio, he escuchado alarmas
que luego han sido falsas. Pero éstas me han producido desesperación y lamento:
mi respiración se ha alterado,
mi corazón se agita y descontrola y mis lágrimas brotan a chorros...
Como ves...
Ya lo he experimentado,
aunque sólo sean tentativas.
Te imaginas, entonces, lo que pasaría si tú, de verdad, me traes malas noticias.
Uno se cree fuerte porque anda bien vestido, porque camina cómodo
sobre unos zapatos lustrosos; pero sus sentimientos,
su ser interior
se visten frágiles, indefensos, empobrecidos.
Las que abundan
y son más fáciles de recibir son las malas noticias.
No estamos preparados para ellas.
Queremos que nuestra vida sea sólo dicha.
Yo he crecido sobreprotegido...
me han cuidado de noche, de día...
Me han regalado sólo alegría.
Han amortiguado los golpes
que hacia mí venían.
Como ves, yo nunca he sufrido;
no he palpado el hambre,
el desamor,
la pérdida de un ser querido, ni el castigo.
No vengas ahora con malas noticias, te lo pido...
No lo soportaría...
Porque a mí
no me han enseñado a soportar,
a vivir
ni a sobreponerme al dolor.
Prefiero, entonces, que me mientas.
Me agrada más una buena mentira.
Prefiero vivir en la ignorancia a conocer la triste realidad: una mala noticia.