Un ser mínimo,
invisible,
detuvo mi ego.
Me mostró mi fragilidad.
Todo regresó a su lugar;
ahora,
me sobra el tiempo.
Busqué
entre mis memorias
la solidaridad,
el amor,
la fe.
Siento el naufragio
de mi planeta.
Las leyes universales
como olas gigantes
se desplazan con furia
para retomar el control;
así,
recuerdan la condición
de nuestra naturaleza,
la igualdad.
Vienen
a limpiar el desorden,
a derribar los dioses
con pies de barro.
El dinero se desplomó,
el poder se esfumó,
la política dejó caer
sus caretas multicolores.
Allí,
estaba mi templo.
Me detuve,
respiré y respeté.
Envuelto
en mis miedos ocultos
dejo pasar la tormenta,
mientras busco mi ser.
El permiso
para conducir mi vehículo
me lo dio el Creador.
Me reconcilio
con lo humano.
Me lavo
de la podredumbre.
La pandemia es lámpara
que muestra el camino;
corre el velo
que oculta la verdad.
Las dudas
aumentan mi fe,
las apariencias se borran
de mi entendimiento;
velos y máscaras
caen sin vida.
Envuelto en mi quietud
encuentro el antídoto,
la consciencia.
La compasión
me muestra lo distraída
que camina la gente,
hundida en la basura
de la irracionalidad.
El amor me sostiene
fluyo al Creador.