Manos al cielo estiran, con pinceles,
sus ansias hasta lo más alto,
para teñir de granate
las ilusiones transparentes
de su propia nación.
Con la certeza de tenerlas
casi todas matizadas,
las manos se enteran de no haber llegado ni a la mitad
y la pintura se acaba con cada trazo;
conseguir materiales se hace difícil en estos tiempos.
¿Dónde encontrar tan perfectos tonos y de tal abundancia?
Las déspotas extremidades del imperio
encuentran la respuesta en interiores menos dignos,
hallando materiales de sobra
para empalmar con mayor exactitud
las proezas necesarias que han de cumplir su sueño.
Al paso de sus carrozas
fallece la vida por doquier;
el imperio es un caballo de carga
-con ojos semicegados para enfocarse
solo en el objetivo frontal-.
El material continúa sin ser infinito,
truncando los ánimos
de la clientela de la misma muerte.
Con igual despotismo se comienza a extraer el matiz
de sus propias extremidades;
el objetivo debe ser alcanzado a toda costa:
sin enterarse de que las ilusiones antes teñidas
han recuperado su forma habitual.
No le queda más remedio al “caballo”
que deshacerse de sus gríngolas
y contemplar sus sueños deshechos,
las ilusiones antes granates,
ahora transparentes, y su piel magullada,
para morir desangrado.