S Esteban Esquivel

Paciente Contingencia

(Este es un cuento corto)

 

Sobre la rúa principal, adornada aquella noche con su empedrado de adoquines color gris perezoso y arena, lúgubres ornamentas en negro mortuorio que contrastan con el rosa pastel de las flores de cerezo, al límpido blanco de las jacarandas, con las cañafístulas y su amarillo pastel. Terminando por hermetizar al pueblo del 5to espectro solar, los periféricos árboles de arce rojo.

Una única nube pidió posada para aquella noche, una nube espectadora, única mancha aquella noche del firmamento, de la bóveda celeste que, con fúnebres luces veleidosas destiladas por el incesante espectro de las estrellas de color azul, que trasnochan hoy en pena de luto. Este panorama es sede del despido de la aborigen mas longeva del pueblo del 5to espectro. El resto del pueblo que a excepción de la finada son concebidos del incesto se dieron cita aquella noche para despedir a la Vieja Azul.  La noche furtiva no quiso perderse ni un segundo de la ceremonia esperando entre los pétalos morados de las crisantemas. El sol sigiloso, postro su poder sobre los pistilos de las gazanias, incapaz también de no presenciar el espectáculo luctuoso.

Al centro de la rúa, un ataúd de madera, tallada en la una cita para la Vieja Azul, ‘’descanse aquí, aunque sea un instante’’. Al derredor del féretro, un anillo de miradas confundidas y azarosas, agitando pañuelos blancos al aire, dejando resbalar de sus ojos lagrimas luminosas, lagrimas azules que no volverían a recorren más nunca sus mejillas. A la cabecera de la multitud estaba Cobalto, el hijo mayor de la Vieja Azul, que toco para su madre al son de su infalible trompeta de tañido delicado las ultimas notas que dedicaría a su difunta madre ‘’rosa de luna para mamá’’.

 Todo el pueblo del 5to espectro solar, junto al sol y la noche, junto a la interminable fauna que florece cada vez mas viva en aquel pueblo fueron testigos de la consagración de la Vieja Azul. Que en forma de luciérnagas azules se disolvió y emprendió vuelo abandonando su ataúd de madera, entre notas musicales y pañuelos blancos, elevándose cada vez más hasta lograr disipar a la nube que los visitaba aquella noche. Dejando caer pétalos blancos al suelo del pueblo en señal de agradecimiento y como un vestigio de un pueblo que fue fecundado por la luna, a cambio del color azul.