Tu vientre vulnerable,
ala de mar festiva,
suavidad perfecta
a las caricias;
al tardecer,
mis manos cautivas,
escriben estrellas
sobre tus ojos.
Las curvas que nacen
de tu boca,
le tienden trampas
a mis labios,
beso a beso
se esconde el tiempo
bajo la piel,
y se vuelve neblina rosada,
la humedad
que traías de regalo.
A lo lejos laten
infinidad de colores,
que van delicadamente
agujereando lo azul;
ahora somos espaldas,
y nada más tiene permiso
para crecer,
si no se parece a tu pelo,
si no rueda en tus muslos,
si no se aferra a tus senos,
si no es una oración
ilustrando los cuerpos.
Eduardo A. Bello Martínez
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