Doblas el corazón en una mariposa de papalote, las estaciones del viento esperan tus alas alzadas, sopla tu latido temeroso como una cadena de trenes, levantándose, siempre poniente en el aire: despertando las nubes caídas en tu alma.
Para la orilla de tu crepúsculo, el sol que te sigue. No estas muerta, eres errante, magna, sale de tu mariposa, flechas doradas, arde el fuego, te cubre las sienes de victoria, como la luz que viste la guardia de tu mirada.
Es cuando rayas el cielo límpido, que tu corazón se llena de coronas, —y aquellos que te miraron con mirada triste——y aquellos que te traicionaron diminuta—se convulsionan en trizas con tu enorme sombra.
Vuela, no mires atrás. Eres paso inigualable del amanecer. En ti, el día te pidió el ávido calor con que se baña y se despliega el mediodía.
Para las cicatrices en tu pecho, tu corazón salvaje y fuerte, que como un tren: va matando inviernos, va eliminando idiotas enfermos, cancela momentos injustos, de rabia, y alza con sus pasos el creciente ángel guardián del sol que eres.
De tus batallas solo queda la súbita luz, y tu camino de mariposas de sueños.