Miguel Ángel Cisneros

Deudoras morosas

Pesan con los kilos del desdén distancias que,

aunque estire las manos y el corazón,

no se alcanzan ni se suprimen.

 

Ensanchar el corazón

y hacer amar a las manos

sería más sencillo.

 

Amor en cada roce.

Palpar con recuerdo y como si fuese

un rito de iniciación,

 al sentir las inmediaciones del alma.

 

Abrir las puertas del corazón

y en cada uno de sus cuartos

 encerrar las memorias

y hacerlas más digeribles al tacto.

 

 Si es el caso, construir

con mis propias manos un lugar alterno,

 puede ser sobre una hoja;

 para darles mayor libertad

y cobrarles el alquiler

que me vienen debiendo con mora.