Pesan con los kilos del desdén distancias que,
aunque estire las manos y el corazón,
no se alcanzan ni se suprimen.
Ensanchar el corazón
y hacer amar a las manos
sería más sencillo.
Amor en cada roce.
Palpar con recuerdo y como si fuese
un rito de iniciación,
al sentir las inmediaciones del alma.
Abrir las puertas del corazón
y en cada uno de sus cuartos
encerrar las memorias
y hacerlas más digeribles al tacto.
Si es el caso, construir
con mis propias manos un lugar alterno,
puede ser sobre una hoja;
para darles mayor libertad
y cobrarles el alquiler
que me vienen debiendo con mora.