Aquí hago un remanso
que brota de mis propias cenizas,
de los acontecimientos líquidos de los iris
más profundamente, el fuego infinito que devora,
la sangre que golpea como en un dique
y la agradable presencia de los mustélidos,
de las jirafas de cuello amable, de los hurones
construyendo sus gibas enormes de consuelo.
Segrego labios, palabras, marchito ocasos;
¿no me ves? Incito a la vida con peligro nocturno
y alevosía. Para cuando haya fantasmas, o sombras
diurnas, o parapetos en los lagos del olvido.
Para cuando finalmente se extravíen los cuellos de gaviota,
antes de culminar la gota definitiva.
Aquí hago un arroyo de gotas propias,
de anchas bahías derrotadas con mi sangre.
Y en los labios, escupo la amargura vertiéndola.
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