Como una niña cansada,
al sol flamante
rasgué mi ventana,
y sobre mi afligida morada
fue el horizonte, quien presagiara,
¡Cuanta inquietud me acompañaba!
Como fragancia
de una flor temprana,
la melancolía
atravesó mis entrañas,
abrí la ventana a la felicidad
dejando que el viento adivinara
el perfume penetrante de las flores
y el redoblar de las campanas.
Campanas plañideras, lejanas,
sobre la brisa dañada
de una mañana,
algo gris y opaca.
La luna perecia
bajo una estrella
que la enturbiaba
y el sol tímido,
ya el cerro iluminaba.
Aunque la lluvia sombría,
por la colina se deslizara
no lograría eclipsar,
una mañana ya disipada,
que emergía junto al canto
de una niña madurada,
cuál tenue quimera
de una alegría reencontrada.