Todo termina cuando los brazos
no hablan el mismo idioma,
lanzan alaridos incomprensibles;
agarrados de pesas que los hacen
más fuertes de tanto levantarlas,
pero que los hunde sin regreso.
Todo acaba con las medias fuera de los zapatos
y los guantes agazapados en una esquina;
con el cabello cortado al ras
y las uñas menos pulcras, llenas de carne
con indicios de descomposición.
Todo termina cuando las sombras se dividen;
las cucharas lentas se cargan de dinamismo;
las pupilas desaguan su franqueza;
las concavidades y llanuras se aridecen;
los gatos no bajan del tejado en la noche.
Todo se acaba cuando las risas dejan de ser caminos
y se tornan rastrojos audibles, grillos y cigarras
descosiendo aullidos de comparsas descoordinadas por doquier.