Y se llevó una cálida sorpresa, cuando apareció Ellence, otra vez, en su vida. Y John se asusta del temor que el dió ver ese cuerpo, otra vez, frente a sus ojos. Y, Ellence, en el laboratorio, creó la pócima como siempre la distinguía, pero, falló en algo que John yá se había enamorado de ella, no se recordó ni lo sabía, es por eso que no fue eficaz el brebaje ni la pócima. Sólo se llevó a cabo, una mal desavenencia, en hacer tomar ese brebaje a John, sin hacer efectividad en él. Y Ellence, sólo quería que su enamorado Joseph, le traspasara su amor hacia John, pero, no pudo ser el que la tenía y el que la poseía era Joseph y no John. Cuando en el aire socavó muy dentro del pasaje a vivir, a tomar a ciencia cierta lo que era y lo que fue. Cuando en el ámbito susodicho, se electrizó más su cometido de luz veraniega cuando en el ámbito personal se dió lo que más se cosechó, una verdad absoluta e impoluta en saber que la pócima era tan cierta como poder ser en certeza, lo que era de ambos: el amor puro e inocente de Ellence hacia John que se convierte en un sólo monstruo de la vida misma. Cuando en el desamor se adhiere como órbita lunar en que el reflejo se dió como el espejo en el rostro de ella de Ellence, cuando no era tan hermosa como siempre. Sólo se dió lo que más se dió lo que conlleva una dulce atracción de ver la fantasía y no la realidad. De suprimir la verdad y de amar la mentira aunque se estire en contra de la verdad. Y Ellence lo sabía que era demasiado ayer cuando yá no era tan hermosa después de haber muerto con las amarras del corazón. Y las amarras del corazón hicieron lo suyo, en contra de la cruel voluntad entre ellas mismas. Y era Ellence, la que debió de amarrar a su pobre e inerte corazón con las amarras del corazón. Pero, sólo se debió de entretener en la cosecha de un buen vino y jugoso, el que el dió Joseph y no John. Pero, ella no quería a Joseph sino a John. Se empeñó en más, en que quería que John se tomara la pócima, que ella había creado, y más, en la suerte de creer en el amor tan real y tan verdadero, si era como poder regalar la suerte en amar. Y jamás murió Ellence, si cada vez que ella hacía la fórmula para la pócima, envenenaba más a su sangre y su cuerpo de una sustancia con que ella siempre creaba y realizaba la pócima, si siempre obtuvo lo que siempre quería ella. Si fue como el automatizado malestar de entrever el instante en que más se aparecía el ir y venir tan incierto como poder llorar de la manera más cruel. Si eran las amarras del corazón, las que conlleva una vil atracción y una mala secuela, en la sangre de Ellence por Joseph y su amor para con ella. Cuando en el malestar se aferró más y más, y le dió lo que más dolió, un altercado entre lo que más quiso en el ambiente con su eterno malestar. Y eran esas amarras del corazón, cuando quiso ser en certeza lo que eran para ella, y una sustancia de las que conlleva una dulce atracción, en saber que el destino era así. Cuando ocurrió lo que más era para ella, el enamoramiento hacia Ellence y así lo quería ella, por su amor de y hacia John. Cuando en el alma se quería dejar llevar como el ave vuela lejos. Y desde una altura eficaz e inerte, donde el alma se cuece de bondad y baja al suelo por donde deja toda huella en el suelo por donde sí camina. Cuando en el alma se llena de caricias nuevas cuando se ama en verdad. Cuando se fijó más el alma de carencias y de penurias adyacentes dentro del cálido y del amor ambigüo, y tan continuo en deshacer lo que más se pensó. Cuando en el alma se llenó de luz, como el haber sentido el desenlace penetrante de edificar lo que más se dió. Y un frío deslumbrante que erizó más a la piel. Dentro del ocaso gélido como tan álgido, en que sólo se dió lo que más se forzó. Como una vislumbrante emoción, y las amarras del corazón se dieron como un salvaje momento e inerte frenesí, cuando llovió insistentemente y copiosamente como en el ocaso frío, que dentro del siniestro se dió lo que más, un frío adyacente. Cuando se discurre lo que ocurre un desafío inconcluso, cuando en el alma sólo se aferró lo que mostró: un amor dentro de una pócima secreta. Cuando Ellence, creyó que la lluvia era el sol, y no fue así, pues, el amor no se compra ni se compara con nada. Cuando en lo dulce y mágico del desenlace, como una total y friolera desventura se torna un infortunio y una culminación tan exacta y tan perfecta. Cuando en el alma se debate como una tortura refrescante, y tan dulce como la miel misma. Cuando se debatió una inesperada espera, cuando en la alborada se secó con el mismo sol. Cuando en la paz se tornó insegura, inestable e ineficaz. Un torrente de emociones nuevas cuando empezó el malestar de esas amarras del corazón. Cuando por fin se quedó mirando el suelo, pues, no voló jamás, cuando en el alma sólo dió una luz en el camino desatando y desnudando, lo que comenzó aquí, cuando en el alma sólo tendrá alas como poder volar lejos cuando en el suelo están sus pasos. Y sólo le faltó una falla dentro del mismo coraje en el corazón y con toda razón entre las amarras del corazón. Cuando en el mismo pasaje de ida y sin vuelta, sólo se electrizó como un cometa de luz en el albergue de un comienzo mal fundado. Cuando en el siniestro desenlace se ríe de nuevo de la mentira cruel, de amar sin amor, como la misma mentira que se estira cuando arde más el frío. Cuando se siente debatir entre lo oscuro del deseo y el amor sin amor. Y para Ellence, se encrudece el tiempo y de más delirios, cuando opacó el amor dentro de una pócima, la cual, se aferró el malestar dentro de la misma sensación, que se percibe en el ánimo ambivalente. Cuando se identificó más el coraje de ser por él, una verdadera pócima adyacente de ira y de control en enamorar a John. Y así, lo quiso ella, cuando el amor se fue sin amor, por el tiempo en un sólo ocaso, que dentro de la primera vez, Ellence, se debió de haber aferrado en un sólo corazón. Cuando el alma se entregó en cuerpo y alma a la sola soledad, en que se ganó un torrente de malas sensaciones. Cuando Ellence, se convirtió en bruja y hechicera, y se dejó llevar por el mal sabor de la vida misma.
Y era Ellence, la que en cuestión de un sólo segundo, se llevó la osadía más cara de la vida misma. Que revivía hasta no morir nunca, con el brebaje y la pócima de enamorar a John, y en contra de la vida misma esencia y presencia de que el silencio se abasteció como lo dulce de un mal sabor. Y era Ellence la que toma la cruel decisión de suicidarse y tomó un cuchillo y una daga letal y tan mortal como aquel suceso en que logró inventar y crear la pócima, dentro del misterio de la efectividad y la mala esencia, de que el coraje se convierte en el paraíso de la crueldad de vivir sin amor, nada más con el amor puro e inocente y tan controlado el de Joseph. Cuando en el tiempo, sólo se percató de ira y de mala insolvencia, cuando llegaron, otra vez, las amarras del corazón a atrapar y enredar al corazón de Ellence. Y fueron las amarras del corazón, las cuales, se electrificaron en demasiada vil irremediable por amar con esas amarras del corazón… con esa pócima por dentro y quedó por siempre viva con Las Amarras del Corazón atrayendo a su pobre corazón a siempre amar…
FIN