Sus lágrimas son amargas
con sabor a incertidumbre
de si serán rescatados
de la mortal podredumbre.
Sus órganos y sus huesos
sienten su desolación.
Son libres y a la vez presos
de una oscura maldición.
Un trozo de pan mal hecho
es un néctar de los dioses
para esos ángeles frágiles
cuyo cielo está desecho.
La oscuridad y la ignorancia
son parte de su día a día.
pero nadie les da importancia
y crece su melancolía.
La basura y las alimañas
rodean todo su mundo
como si sintieran la saña
de un ente iracundo.
¿Qué será de su descendencia?
¿Sus hijos no han de nacer?
Y, si nacen, es mejor
que sean ángeles de otro cielo.