Eras para mí ese vino amargo que pasaba con la dulce acogida de tus brazos,
mi desvelo en las noches al acostarme y sentir tú latido.
Fuiste la copa en la que serví hasta la última gota de mi alma,
la que terminó en una mezcla de la calidez de tus labios con las lágrimas posteriores.
Me entregue a la inconsciencia de beberte sin medida, de terminar hasta la última gota la botella,
para al final encontrarme con la luz apagada y solo con jaqueca.