Incluso antes del primer respirar
de la luz, tú ya estabas allí.
Habías depositado sobre los senderos
cálidos de tu independencia
los vagos ciclos de la calma universal.
Quisiste contrarrestar los fríos y marchitos
eclipses marinos, deseosos de huir hacia
un futuro mejor.
Fue entonces, cuando el extravío de los
amaneceres comenzó a bailar con la nostalgia
y yo me rendí a tu amor. Un amor prohibido que,
por siempre, será mi pecado.