La alarma de aquel instante
sacudía su semblante machacado
por las heridas del momento.
Agarró su pequeña espada y
caminó cojeando.
Traspasando tinieblas,
hiriendo salvajemente al frío
que le miraba.
Iba empapado de sudor y lleno
de valentía.
Quería cruzar trincheras,
luchar contra su enemigo;
derramar toda su sangre
por su patria y sus amigos.
Alguien disparó y atravesó
su pecho.
Bala perdida que entra
perforando con vigor,
la vida de aquel soldado
en el campo de batalla.
Y cayendo malherido
en la tierra ensangrentada,
no soltó nunca la espada.
Se cubrió con su pañuelo
la sangre que derramaba.
De pronto notó
que una mano le agarraba;
era la fuerza del tiempo
que le ayudaba a salvarlo.
Y caminó cojeando
entre gritos de dolor.
La mirada siempre erguida,
en sus manos el sudor,
en el pecho una herida,
en la espada su valor.
Alguien gritó de repente:
Soldadito del destino,
que un día quiso luchar en el país
de La Nada....