Lloraba como agua de mayo, pues
no podría regresar al cielo.
Cometió el peor de los pecados:
amar a un mortal y
engendrar su fruto.
Antes deseaba el fuego eterno;
pero ahora que conocía
el sabor
del amor y su esencia
más pura.
Deseaba permanecer
en la tierra.
De pronto una luz cegadora
iluminó toda la estancia
y no se supo más del ángel.