Sentada en su silla de cristal,
observaba los colores de la vida
que pasaban por su lado.
Daba brillo a las fantasías
de su imaginación,
intentando abarcar cualquier
detalle
y absorberlo en su mente de muñeca
de algodón...
Sus manos de porcelana acariciaban
a la brisa en las tardes soleadas
de aquel imaginario verano.
Vestida de rojo y sombrero
de latón;
con la sonrisa pintada en sus labios,
reposaba taciturna en su balcón
de cartón.
Sus ojos de terciopelo penetraban
en lo profundo del bosque.
Los saltamontes miraban, volaban,
siempre dirección al norte.
La estrella Clara salió a dar luz
a los caminos.
La niña sentada en su silla de cristal,
tenía sueño, quería comer, gravitar,
en su cama plateada de sábanas
de lino,
y puntillas de azabaches con dibujos
de azucenas...
Todo se dormía en aquella noche mágica
de un verano quimérico, fabuloso,
en el reino de la mente de los otros...