Cuánto daño ella hacía, sin querer dañar se atrevía,
a generar miedo en una pequeña niña.
Pobre niña, con esa cabecita llena de mentiras,
estabas sola y sobrecogida tanto que al cielo le pedías,
estar allá arriba.
Mamá estaba lejos, trabajando noche y día,
para tenerte con ella por el resto de los días.
Pero tú no entendías querida niña,
tanta falta ella te hacía y nadie sabía cuánto te dolía.
Ahora entiendes mi querida, que esas lágrimas eran tus amigas,
te ayudaban a soltar todo lo que el cuerpo no resistía.
Mis lágrimas, queridas mías eran el regalo que yo quería,
me acompañaron por el resto de los días
a sacar de adentro lo que no veía.
Ahora mis queridas amigas no saben cuánto las aprecio por aferrarme a la vida,
aparecen en el preciso momento que las necesito,
para ayudarme a ver de lejos el solecito.
Mis lágrimas, pequeñas agridulces,
me han enseñado a soltar de a pocos
aquello que el corazón a roto.