Apoyada en la farola
de aquella esquina perdida,
cada tarde esperaba cualquier detalle
indiscreto,
algún gesto perceptible que la hiciera
despertar del calvario silencioso
que llevaba en su mirada.
Sus fríos ojos cansados, llorosos,
heridos, desiertos de claridades,
se humillan debajo de la farola;
contemplando las desidias, las penas
de su compleja realidad.
Todo regresa y se oculta.
Todo cambia de lugar,
mas en el fondo de su alma
es lamento natural...
Fríos ojos, que en la tarde de la vida
necesitan del cariño,
un poquito de ternura, una caricia
oportuna,
una mano extendida para volver a vivir.
Seguirá alli plantada debajo de la farola,
con su rostro demacrado,
sus labios rojos del frío;
esperando una sonrisa,
una palabra de alivio,
el calor de un transeúnte...